La compagnie du boleo: formacion y consolidacion de la empresa
Los antecedentes: La minería en el Distrito de Santa Agueda. (1860-1884)
La historia del surgimiento de El Boleo, en Baja California Sur, complejo minero fundado y construido a finales del siglo pasado (1885), auspiciado por la inversión de capital francés proveniente de las bóvedas de la Casa Rothschild, se inició con el hallazgo casual que el ranchero José Rosas Villavicencio hizo de una bola de oxi-cloruro de cobre en las inmediaciones de unos cerros ubicados en el cañón de Purgatorio.
En 1868, Villavicencio, oriundo de la ranchería de Santa Agueda y comerciante de quesos, carnes y cueros que vendía a los marineros de Guaymas, andaba en busca de una ruta más; que le permitiera acortar la distancia entre su rancho y el punto donde fondeaban los veleros, debido a ello topó de casualidad en un lugar llamado Santa María con un cerro aledaño que llamó su atención por su enorme capa de terrones color verde. Sin vacilar, de inmediato tomó algunos y notó que, cual si fueran mazorcas tiernas, se desgranaban en sus manos. Sin perder tiempo llenó con ellos una de sus alforjas y la envió a Guaymas para que fueran sometidas a un examen de laboratorio. El resultado del mismo fue en sentido de que se trataba de cobre en muy buena ley (20 por ciento en promedio). Al parecer, corrió como pólvora la noticia de que existía cobre de muy buena calidad en los cerros de Baja California y en el Partido de Mulegé. En breve llegaron los primeros mineros, Blumhardt y Julio Müller, ambos de origen alemán, quienes le pagaron 16 pesos a Villavicencio por revelar el sitio donde había encontrado el mineral.
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Blumhardt y Müller, eran avecindados del puerto sonorense y formaban parte de un nutrido grupo de extranjeros que incursionaban en las actividades de comercio y minería (sobre todo de placeres) que empezaban a despuntar en aquella época. Avituallados y con un pequeño número de trabajadores iniciaron las actividades mineras el mismo año en que fueron descubiertos. Dispuestos a enriquecerse lo más pronto posible agotaron la capa superficial del yacimiento en menos de 4 años y se marcharon. Esta experiencia efímera, que recogió el mineral de los tajos abiertos con suma facilidad, pudo enviar un embarque de cobre a Europa suficiente para que el Distrito de Santa Agueda empezara a cobrar fama.
Una vez divulgada la noticia de la existencia del cobre en la región se incrementó el número de prospectores que buscaban un súbito enriquecimiento. Así, los primeros registros y denuncias de minas se hicieron en enero de 1870. En todos los casos el marco jurídico utilizado fueron las Ordenanzas de Minería. En la fecha ya mencionada y ante el Juez Bernardo de la Rosa, natural de Oaxaca, comparecieron Manuel Tinoco y Vicente Mexía para solicitar posesión de la mina Providencia. Ese mismo día Mexía, en sociedad con John E. Higgins y Arturo V. Lewis, residentes en Liverpool, Gran Bretaña, denunciaron y solicitaron derecho de posesión de la mina Humboldt. Eran movimientos típicos de los descubrimientos, no ajenos a un ambiente de especulación con la propiedad minera.
Entre 1870 y 1875 se llevan a cabo una serie de operaciones de compra y venta con las minas de cobre descubiertas en el Distrito de Santa Agueda, jurisdicción de Mulegé. El 18 de marzo de 1875, por ejemplo, Encarnación Arce vende la mina El Buen Hallazgo en $1,000.00 (mil pesos) a los señores Manuel Tinoco y Enrique Guindell, quienes fundan una sociedad. El precio de venta incluía servidumbre y pertenencias. Aquí resulta interesante señalar que a la fuerza de trabajo empleada se le denomina servidumbre pues, como se verá más adelante, los trabajadores pioneros, que hacían la labor en los túneles eran yaquis traídos del estado de Sonora. Entre 1870 y 1875 hubo muchas operaciones similares, evidencia de un proceso cuyo camino se hacía con especulaciones y fracasos; también aunque escasas y de pequeño monto, hubo acciones exitosas.
Aparentemente, no había razón para fracasar pues los depósitos superficiales permitían una fácil explotación. Sin embargo, el mayor obstáculo era la falta de capital, difícil de conseguir por estos pequeños mineros. El aislamiento, las largas distancias del mineral respecto de centros con autoridad para hacer los registros originaba grandes gastos por posesiones y visitas. Otro lastre que apareció en este despertar fue el intermediarismo; los mineros solo podían vender minerales de 20 o más por ciento de ley los que se pagaban a bajo precio por individuos que los compraban por segundas o terceras personas.
Es en este periodo, cuando aparece una tendencia hacia la concentración de la propiedad minera, debido en parte a los fracasos y eliminación de muchos pioneros. Provenientes de Sonora, Sinaloa y Sur de la península arribaron al mineral grupos de franceses, alemanes y mexicanos. Ellos promueven las primeras compañías mineras en la región; de este impulso surgen las negociaciones Camou Hermanos de Guaymas; J. Kelly y Compañía, de Mazatlán; la de los señores Pablo Dato y Carlos Gaxiola y la negociación Carlos Eisenman y Eustaquio Valle. Posteriormente, al finalizar la década de los setenta, Manuel Tinoco organiza la Compañía "Elhú-yar" y "Sontag".
En realidad el mérito de estos pequeños empresarios es darle un cierto carácter de estabilidad a la minería regional. El tipo de los trabajos que realizaron refleja que eran proyectos enfocados solamente a la extracción; estaban incluso alejados de otras experiencias mineras cercanas geográficamente, como los minerales de El Triunfo al sur de la península, en donde una compañía británica la Gold and Silver Mining Co., en 1862, había establecido un sistema de trabajo completo de extracción, concentración y fundición.
De cualquier forma, un análisis de los trabajos emprendidos ayuda a entender como era cada vez más necesario la articulación con capitales foráneos para poder modificar de tajo su organización volviéndolos más rentables.
1Fue en el año de 1872, después de haberse agotado los depósitos superficiales, cuando se empezó a emprender trabajos más perfectos para explotar las diversas capas en el interior de las montañas. La primera zona de laborío fueron las minas del arroyo de Providencia, en donde se abrieron galerías de extracción casi horizontales. Para 1876 los trabajos se extendieron 300 metros de profundidad y 150 metros de anchura y estaban ventilados por medio de tres lumbreras. Se usaba pólvora negra, cañuela, aceite de lobo de mar para el alumbrado, y las herramientas consistían en barras, picos, marros y cuñas. Además, las carretillas y tanates de cuero para el acarreo del mineral.
La mano de obra empleada era yaqui, que laboraba diez horas diarias por un jornal que oscilaba, entre $0.70 y $1.00. Aunque también se les pagaba a contrato, ganando por la extracción y separación en los patios entre $10.00 o $12.00 la tonelada. Sin maquinaria para sacar el mineral, obligadamente, debían acarrear dos toneladas en carretilla, y una tonelada en tanates. Luego, otro grupo se encargaba de seleccionarlo y ponerlo en sacos, enseguida, en carretas tiradas por muías se acarreaba a la playa, esta tarea se pagaba a $4.00 la tonelada. Finalmente en pangas se acercaba a los veleros que lo llevaban a Guaymas en donde era nuevamente embarcado rumbo a Swansea, Inglaterra, en los buques que descargaban mercancías.
El atraso en los sistemas de extracción y acarreo encarecía mucho la producción. Esto determinó embarcar únicamente mineral con leyes de más de 20 por ciento de cobre; el de menor ley se amontonaba como desperdicio. Hacia comienzos de 1874 la producción total era de 6,000 toneladas con un valor en Europa de 480 mil pesos. La eficaz mano de obra yaqui, por su bajo costo y alta resistencia a estos rudos trabajos, compensaba la relación costo-beneficio, pues pese a estas dificultades llegaron a tener ganancias de 35 pesos por tonelada. Normalmente la población indígena era de 250 hombres; vivían en ramadas que cambiaban de lugar constantemente, pues el ansia de conseguir mineral de alta ley implicaba un movimiento continuo de los campamentos.
Con un sistema, que se concretaba a explotar el cobre existente a flor de tierra, transcurrieron los diez primeros años de explotación de las minas del Distrito de Santa Agueda. Con este método rutinario, basado en una alta explotación de la fuerza de trabajo de origen yaqui, la producción alcanzó desde 1869 a 1878; 23 mil 500 toneladas.
En 1879, la baja mundial en el precio del cobre mostró la fragilidad de estos proyectos mineros. Atrapados en técnicas rudimentarias y dependiendo de los vaivenes del mercado externo no pudieron sortear las dificultades. El mineral de leyes altas exigía obras profundas, para ello se requería tecnología y capital suficiente. Nada extraño fue, que fracasaran las negociaciones de los Camou Hermanos y la de J. Kelly y Cía. Sólo pudieron sobrevivir a la crisis las Compañías: "Elhúyar y Sontag" de Manuel Tinoco y "Providencia y Boleo" de Carlos Eisenmann y Eustaquio Valle.
Esta última asociación, ante el quiebre de los otros, monopolizó la propiedad minera pues disponían de más fondos y experiencia. La explicación a ello son los contratos de avío que tenían con las casas comerciales "Sandoval y Bulle" y "Selder y Von Borstel", ambas del puerto de Guaymas. El crédito refaccionario fue acordado, precisamente en el año de 1879. El compromiso de los comerciantes fue suministrar fondos, víveres y los útiles (pico, cuñas, carretillas, sacos, pólvora, madera) necesarios a la explotación del mineral. Los empresarios entregaban todo el metal a los aviadores, quienes a su vez lo remitían a Europa para su venta. Cuando llegaba el dinero, mínimo tardaba tres meses la operación, se descontaba la deuda por refacciones. En plena crisis, recibieron de golpe, salvadores 40 mil pesos de financiamiento, suficiente para sobrevivir.
Sin embargo, el problema era más serio que una momentánea baja del precio del cobre; el verdadero reto consistía en seguir trabajando el yacimiento con leyes menores al 20 por ciento. Entre 1882 y 1884 con la recuperación del mercado, llegaron al lugar geólogos de varias nacionalidades. Entre otros vivieron los profesores Fuchs, Ingeniero en jefe de la Escuela de Minas de París; Cumenege, Ingeniero consultor de Río Tinto (filial de la Casa Rothschild); los alemanes Bouglise, Wartenweiler, Sellder Hague; de Nueva York, Bruton, Frippel y Williams. Todos ellos coincidían con Manuel Tinoco en lo importante de invertir una gran suma para en un año explotar el mineral con perfección y arrojando ganancias. Tal pronóstico se basaba en el cálculo geológico de 700 mil toneladas de metal con una ley promedio de 12 y medio por ciento. También era muestra de ello, las 60 mil toneladas enviadas a Europa y las 120 mil que habían servido de relleno.
Tinoco resumió el plan en cuatro acciones estratégicas:
11.- Dividir el mineral en cinco fundos, incrementando el número de operarios, estableciendo ferrocarril y maquinaria, 2.- Beneficiar los minerales pobres de menos de 6 por ciento por precipitación, 3.- Establecer una fundición para el beneficio de minerales de 10 ó más por ciento y 4.- Construir muelles y establecer un vapor para facilitar la exportación y la introducción de los efectos necesarios para la vida en una región que, como se sabe, es un desierto que nada produce. Sin estas medidas -decía Tinoco- el Mineral de Santa Agueda habrá muerto, y con él habrá desaparecido la esperanza de mejoramiento y progreso de todas aquellas regiones. (el resaltado es de JMR).
El área de explotación en donde se asentó la Compañía francesa del Boleo, contaba en 1884 con dieciséis años de disparejos trabajos mineros. La era de los pequeños empresarios llegaba a su fin, hasta ese momento la historia productiva quedaba enmarcada en las 60 mil toneladas embarcadas con destino a Swansea Gales y las 120 mil amontonadas en el arroyo de la Providencia. Justamente, para superar la crisis en que los había sumido la baja mundial que tuvo el precio del cobre en 1879 y además, con la intención de capitalizar las explotaciones mineras del Distrito de Santa Agueda realizando trabajos en gran escala de explotación y beneficio como un proceso integrado, los alemanes Eisenmann y Müller con los mexicanos Eustaquio Valle y Manuel Tinoco, organizaron la negociación de El Boleo en 1884, misma que ocuparía a los únicos 250 trabajadores existentes en la zona de los cuales 80 eran franceses y el resto yaquis.
Los intentos de modernización que exigían altas inversiones de capital encerraron al proyecto en un callejón sin salida: la necesidad de acudir con inversionistas extranjeros de origen europeo. En efecto, el hecho de establecer relaciones con el mercado externo a consecuencia de las cantidades de cobre exportado y la coincidencia con una mayor demanda de metales industriales, le dio contacto con capitalistas europeos relacionados con la Casa Rothschild, el capital que controlaba el comercio mundial de los minerales industriales.
Al parejo de organizada la Negociación de El Boleo, la zona cuprífera del Distrito de Santa Agueda, atrajo las miradas codiciosas de los capitales foráneos, de ello resultó la visita de una comisión exploradora francesa que encabezaba el geólogo Cumenege de la empresa Río Tinto (Casa Rothschild) los ingenieros Fluchs y La Bougliese, profesores de la Escuela de Minas de París. La tarea que traían era elaborar un informe en torno al estado real que guardaban los minerales, para considerar la conveniencia de explotarlos directamente. Con asombro, la Comisión reportó que había ahí más de 700 mil toneladas de cobre de 12 por ciento de ley en promedio, limpio, en óptimas condiciones para ser fundido y calcularon también el tiempo que iban a explotarlo: cincuenta años.
Con tan buenos pronósticos los banqueros de la Casa Rothschild al siguiente año de la visita del geólogo Cumenege, el 6 de mayo de 1885, fundaron la Compagnie du Boleo en forma de Sociedad Anónima y con capital de 12 millones de francos (2 millones 700 mil pesos de la época). En este proceso el papel de Eisenmann, Valle y Tinoco fue fundamental, sin recursos económicos para sacar adelante su propio proyecto, sirvieron de intermediarios entre el gobierno federal y la recién constituida Compañía francesa, no sin antes haber vendido su parte en 1 millón de pesos oro, pues fue con ellos, con quien el gobierno de Porfirio Díaz firmó el 7 de julio de 1885 el contrato para fundar una colonia minera en el Distrito de Santa Agueda, a la postre, lo que sería el mineral El Boleo.
Con esta operación de traspaso la Compagnie du Boleo, adquirió derechos para explotar, según la concesión oficial, todas las minas del Distrito de Santa Agueda en un radio de 88 kilómetros cuadrados. La concesión otorgada por el gobierno mexicano comprendía una superficie total de 20,627 hectáreas de las cuales 9,622 habían sido concedidas anteriormente a la Cía.
Elhuyar y Sontag propiedad de Manuel Tinoco y a la negociación El Boleo de Eisenmann y Eustaquio Valle, el resto 11,005 hectáreas eran de reciente incorporación. La compañía pagó 75 centavos por cada hectárea o sea 15 mil 470 pesos por el total de las tierras en que se asentaba el mineral, incluyendo la parte en que fue instalada la fundición, en donde en breve se levantaría Santa Rosalía, Baja California Sur y su puerto.
Al aceptarse formalmente la presencia del capital francés en el área de Santa Agueda, se daba paso a un hecho que corresponde al proceso de modernización de la minería mexicana iniciado en el último tercio del siglo pasado.
En la concesión otorgada a la Casa Rothschild no existía distanciamiento con las políticas económicas del gobierno mexicano, al contrario, es bastante congruente. El proyecto minero de El Boleo parece ser la pauta para otros que le sucederían. En el lapso que existió entre la asfixia económica del mineral y la ratificación del Contrato por Díaz, la prensa nacional, especializada en estos campos, reflejaba el interés y conveniencia de que los capitales europeos eran la única posibilidad de establecer una empresa minera eficiente, organizada y, sobre todo, con suficiente capital.
Eran los tiempos en que la minería se veía favorecida por las políticas del gobierno de Díaz, pues la consideraba el medio idóneo de proporcionar trabajo, de poner en circulación la moneda, de hacer comercio, de consumir las semillas, los ganados y los efectos y de aumentar las rentas fiscales. En el caso de El Boleo había un interés extra: que sirviera para impulsar la colonización de una región de México prácticamente deshabitada. Mientras que el gobierno expresaba su intención de articular a la península de Baja California con el mercado nacional, los inversionistas franceses aprovechaban las óptimas condiciones políticas para dar curso a un proyecto minero que derivó en un enclave, que tuvo durante un largo tiempo el control económico y político de la zona en que se encontraba el mineral, realizando una explotación en gran escala de los ricos yacimientos cupríferos.
En el contrato aprobado el día 7 de julio de 1885 para establecer una colonia minera en el Distrito de Santa Agueda, Municipio de Mulegé,. se ven claramente los intereses del gobierno de Díaz de inducir un crecimiento económico de la región.
El gobierno esperaba, que a más tardar en un año, a partir de la fecha de firma del contrato, deberían estar establecidas dieciséis familias extranjeras y cincuenta mexicanas ocupando cada una un lote mínimo de 2 mil quinientos metros cuadrados con su habitación construida. También era compromiso de los concesionarios establecer, en el mismo tiempo que el anterior, un vapor de cincuenta toneladas con la obligación de hacer dos viajes redondos entre el mineral y el puerto de Guaymas, haciendo una escala en Mulegé.
Otros compromisos adquiridos por los colonizadores era que los trabajos de explotación de los once fundos mineros deberían comenzar después de tres meses de firmado el contrato, además en un año debería estar establecida una hacienda para el beneficio de los metales.
2Por su parte, el gobierno concedía a la Compagnie du Boleo un conjunto de prerrogativas. En principio las 77 minas existentes en todo el distrito fueron agrupados en once fundos mineros, siendo considerado cada fundo como una sola mina, esto los protegía contra posibles denuncias o caducidad, pues para que ello sucediera no debería existir un solo trabajo en el fundo minero.
Además la Compañía recién formada, de acuerdo con el artículo 25 de la Ley de Colonización, quedó exenta durante veinte años de toda clase de impuestos federales o locales; disculpa fiscal en pago de derechos de importación a la herramienta, máquinas, materiales de construcción, animales de trabajo y de cría, productos químicos, plomo y fierro y de todos los materiales que se requirieran en el sistema de beneficio de los metales. Otra franquicia, quizás la más importante, consistió en que durante 50 años, ni el cobre ni otro producto derivado de las minas de la colonia podían ser gravadas con derecho de explotación; tampoco podía ser gravado con derechos de importación el carbón de todas clases y la leña. Aún y con todos estos derechos adquiridos, el gobierno se comprometía a establecer en un lapso de tres meses, un puerto habilitado para el comercio de altura y cabotaje.
Una vez que los decretos firmados por Porfirio Díaz, legitimaron el traspaso de la zona minera a manos del capital francés, la vorágine del espíritu empresarial no se hizo esperar, la prensa nacional nuevamente daba noticias sobre las minas del Distrito de Santa Agueda, e informaba del vuelco que habían tomado los trabajos bajo la iniciativa del capital extranjero. El "Minero Mexicano" señalaba: "El año pasado, 1885, una Compañía francesa compró un grupo de minas de cobre. La cantidad de metal producido es muy considerable y se están construyendo en gran escala tranvías, molinos de reducción y otras construcciones sobre el terreno. Hasta la fecha se han gastado no menos de dos millones de pesos en las mejoras que se han emprendido".
En realidad, las noticias que difundía el Minero Mexicano, no eran nada exageradas, aceleradamente se daban los primeros pasos para reactivar el mineral y con ello resolver los compromisos que le fijaba el contrato, aprovechando además, el auge del mercado de los metales industriales. Después de haber presentado poca actividad el campamento minero de Santa Agueda durante los primeros diecisés años de explotación (1868-1884); los nuevos dueños van a cambiar de tajo la organización de la explotación. Partiendo de una base contraria: ausencia de trabajadores, escasez de agua, terreno estéril, falta de un puerto para la entrada de mercancías y salida del metal, la compañía sin perder un ápice de tiempo dio paso a su estrategia empresarial, para, en el transcurso de dos años levantar de la nada una infraestructura mínima.
En efecto, los primeros dos años (1885-1887) los trabajos se enfocaron a organizar un desarrollo sistemático de las minas. De la costa vecina de Sonora, un centenar de indios yaquis fueron traídos exprofesamente para mejorar las pocas galerías que se mantenían en pie; también, se procedió a despejar el escombro en las zonas desplomadas y se efectuaron nuevas labores. Junto con la mejora y apertura de nuevos trabajos mineros, se pidió a los Estados Unidos y a Europa un primer material de explotación, se arregló el puerto y se construyó provisionalmente, un muelle de madera que se terminó en 1886. En esta etapa inicial, se buscó resolver el problema más serio al que se enfrentaron los antiguos propietarios: la creación de un sistema de fundición para beneficiar metales de menor ley, para ello, con los materiales importados, en enero de 1886, siete meses después de lograda la concesión, habían parado el primer horno de fusión water jacket. Con ese horno se produjo -modestamenta-cobre mate y cobre negro en cantidades equivalentes a 196 toneladas de cobre puro en 1886 y 1,822 toneladas en 1881.
La información sobre los primeros veinticuatro meses de existencia del mineral El Boleo deja ver que las actividades emprendidas por los franceses giraron alrededor de dos objetivos estratrégicos: por un lado, dejar constancia de una permanente actividad minera -los trabajos en las minas eran parte del plan así como el primer horno de fusión- para salvar los requisitos exigidos por el gobierno y por otra parte, recibir todos los materiales, maquinaria, y demás implementos necesarios para la explotación del mineral. Después de 1887 se da paso a una estrategia más global encaminada a configurar un espacio de producción que cuente con formas de explotación sistemática de las minas, planta de beneficio, campamentos y casas, ferrocarril, talleres de máquinas, laboratorios de ensaye, tubería para conducir el agua y sobre todo, un muelle fuerte que sirviera para recibir todo tipo de mercancía. Es decir, contar con todos los medios necesarios para llevar a cabo operaciones en gran escala a una región que previamente había sido un desierto inhabitado.
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